Kanye West, Los Republicanos, Adolfo Hitler, Jesucristo y el futuro presidente de los Estados Unidos.
¿Qué motiva a los votantes?
¿Qué es lo que activa a una base de votantes? La respuesta a esta pregunta cambia prácticamente con cada ciclo electoral, y en memoria reciente el caso estadounidense se mantiene constante únicamente por su fluidez. En la reelección de George W. Bush lo que motivó a los americanos fue continuar con el proyecto patriótico, que en ese entonces solamente significaba continuar con la guerra en el medio oriente. En el caso de Obama, la esperanza de reformar la economía con ideas Keynesianas, principalmente en el sistema de salud y la promesa de unión social a través de un hombre que representaba finalmente la destrucción de las barreras raciales. Trump, la antítesis del sistema burocrático, decadente e inefectivo. ¨Drenar el pantano” fue de sus frases favoritas en campaña. Joe Biden como agente político no figura a tal grado que su salud mental es puesta a cuestionamiento incluso por los demócratas más fervientes. Biden es solamente la negación a Trump, no representa una idea. Uno no puede evitar preguntarse: ¿Este es el mejor títere que pudo conseguir el sistema? ¿Qué sigue?
Lo que sigue es un porcentaje de aprobación de 37.5%, precios de bienes básicos inflados como nunca y una serie de desastres imperialistas como lo fue el desenlace de Afganistán y la victoria de los talibanes (Todavía tenemos que ver qué es lo que pasa con Ucrania). Los demócratas tienen que reformular su estrategia dentro de los próximos dos años si pretenden darle continuidad a su partido. Joe Biden dice que quiere volver a contender, Kamala Harris se ríe como lunática por ningún motivo aparente y los centralistas se asustan por las ideas radicales de la nueva generación del partido celeste como las de Alexandra Ocasio Cortés.
Este caos, en papel, debió haber representado una victoria gigantesca para los Republicanos en las elecciones intermedias del mes pasado. Se hablaba en la prensa internacional de una “ola roja”. Pero la realidad fue diferente. Sí, ganaron la cámara de representantes, pero perdieron un asiento en el Senado y dos gobernaturas. Podríamos hacer el argumento que en muchos sentidos esta oportunidad desperdiciada se puede interpretar como una derrota.
Pero para quien no fue una derrota fue para Ron DeSantis. En un “estado batalla” como lo es Florida logró coronarse una vez más como gobernador con una preferencia de los electores de 19.4% por encima de su contrincante, la diferencia más grande desde 1982. Su plataforma es católica y casi Reaganiana: Defender a la libre empresa, los derechos de los no-nacidos y plantearse firmemente ante el marxismo cultural que se ha esparcido dentro de la fábrica social de lo que solía ser Estados Unidos. En papel, Desantis es la elección obvia de los Republicanos como candidato para la próxima gran contienda electoral en 2024. Para los Republicanos de establecimiento, Desantis es aquel que puede avivar a los votantes y no repetir el escenario de las elecciones intermedias del 2022.
Una vez más, en papel.
No lejos de ahí, en su mansión de Mar-a-Lago, en medio de la derrota para los Republicanos de las elecciones intermedias y una serie de investigaciones criminales en su contra por su participación en el “asalto” al capitolio del 6 de enero, el expresidente Donald Trump anunció su carrera presidencial. Esto era cuestión de tiempo, nadie pensaba que Trump se abstendría. En su mente le robaron la elección fraudulentamente. Estoy seguro que ve el estado del país bajo Biden y considera su intervención como necesaria, como su misión trascendental.
Pero en su discurso algo pasó.
Veíamos a un Trump más reservado, contenido. Incluso parecía cansado. No había rastros de ese descenso en de la escalera en la Torre Trump del 2015. Nada de “mandan violadores y criminales a través de nuestra frontera”. Aunque muchos desaprueben el mensaje, la estrategia de Trump en 2016 funcionó: Eliminar completamente su filtro, generar publicidad con opiniones controversiales y apelar al middle america articulando sus pensamientos más fundamentales en una plataforma masiva. Una vez que Trump cambió el paradigma en 2016 no hubo vuelta atrás.
En Mar-a-Lago esto fue cosa del pasado. Veíamos no ese candidato del caos, disruptivo del 2016, sino un Republicano más. De esos Republicanos que pierden contiendas electorales.
Kanye West es un hombre que se rehúsa a ser etiquetado. Sus venturas musicales le han dado decenas de Grammys, la influencia de sus diseños es masiva y sus tratos de negocios lo convirtieron no solamente en billonario, sino en un punto en el afroamericano más afluyente del país. La única etiqueta con la que Kanye West se ha sentido cómodo identificándose es con la de “Cristiano”. Desde que entró en la esfera pública Kanye ha puesto al frente su fe. Tiene un disco ominosamente titulado “JESUS IS KING” y al inicio del milenio explicaba en entrevistas para estaciones de radio de hip hop, un género que no es famoso por su virtud moral, como quería orientar todos sus esfuerzos, personales y artísticos, hacia Dios. Esta visión la ejerció en su carrera presidencial del 2020. Los resultados fueron nulos, pero es importante mencionarlos para proveer contexto a la situación presente.
Kanye West anunció nuevamente su carrera presidencial para 2024 después de una serie de Tweets recriminando la influencia y la sobrerrepresentación judía en el entretenimiento, las telecomunicaciones, la política y básicamente todos los campos de influencia. Esto le costó no solamente su cuenta de Twitter, sino sus tratos comerciales, su estatus de billonario y su cuenta bancaria con cientos de millones de dólares en JP Morgan. Entre demandas y controversia, Kanye no se retracta, sino que reafirma sus declaraciones.
Es importante notar que, aunque parezca lo contrario, su posición viene de un lugar que él considera que es de amor. Kanye cree que el perdón cristiano se debe extender a todos, “especialmente a Hitler” del cual considera que hay “muchas cosas le gustan”.
Afirmaciones como esas destruirían la imagen pública de cualquiera, pero algo opuesto parece estar ocurriendo. No solamente la tracción de los clips rompió récords en redes sociales, sino hay una fuerte respuesta a través de grupos de todas las demografías. Esta posición absolutista, Cristiana, post-racial hace ruido. Ruido parecido al que Trump hizo en 2016. Ruido que motiva a las masas.
El paradigma ha cambiado de nuevo. El cordón umbilical con el Trumpismo se ha cortado. El discurso de inmigración, del libre mercado no parece interesarle a la base de votantes Republicana como antes. Con el fallecimiento de los blancos de tercera edad y un panorama racial incrementalmente cambiante los Republicanos necesitan atraer a los jóvenes de todos los orígenes. No estoy seguro si esta iteración de las ideas Cristianas en el gobierno que ofrece Kanye sean la respuesta, pero si los republicanos pretenden ganar esta y futuras elecciones es momento de que le pisen al acelerador, dejen atrás a los moderados y abran paso a los disruptores.
En una nota personal, yo considero una presidencia de West poco factible. Pero lo mismo dijeron de Trump en 2015.